viernes, 8 de abril de 2011

La segunda oportunidad
                                           


 Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, grandes fincas,muchos empleados y un único hijo, su heredero.
Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos sólo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían.

Un día el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito que decía:

“Para que nunca desprecies las palabras de tu padre”.
Más tarde, llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo:

—Hijo mío, ya estoy viejo y cuando yo me vaya tú te encargarás de todo lo que es mío... Pero desgraciadamente yo sé cual será tu futuro: vas a dejar la finca en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para gastarlos y, cuando no tengas nada más, tus amigos se apartarán de ti. Sólo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti!
Sólo quiero que me prometas que, si sucede lo dicho, te ahorcarás en ella.
El joven se rió, pensó que era absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría pensando en que eso jamás sucedería.

El tiempo pasó, el padre murió y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.
Estaba arruinado.
Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:
—Ah, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde.
Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta el, vio la horca y la placa llenas de polvo y entonces pensó:
—Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuándo estaba vivo, pero al menos esta vez voy a cumplir la promesa que le hice. Ya no me queda nada más que perder sino la vida.

Entonces, subió los escalones, se puso la cuerda en el cuello y pensó:
—Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad...
Respiró profundo, cerró los ojos y entonces se tiró desde lo alto de los escalones hasta que sintió que la cuerda apretaba su garganta... ¡Era
el fin!
Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente, desplomándose al suelo el muchacho. Sobre él cayeron billetes,
esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes, muchos brillantes... La horca era hueca y estaba llena de piedras preciosas. Entre todo aquel tesoro que cayó, el joven heredero encontró una nota. En ella estaba escrito:

“Esta es tu segunda oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre”.



¿Hemos tenido una segunda oportunidad y la hemos aprovechado?
¿Por qué se nos dificulta tanto seguir los consejos de nuestros mayores?
¿Valoramos lo que tenemos, más aún si lo que tenemos, nos ha llegado facil?

2 comentarios:

  1. La de cosas que caben en una cuerda... xD

    No creo que valoremos realmente lo que tenemos. Tengo la teoría (hipótesis, más bien) de que al vivir en la fortuna y convivir con ella la consideramos lo "normal", ya que no hemos experimentado nunca otra realidad. Es por eso que no le damos importancia... hasta que lo perdemos y abrimos los ojos a una nueva realidad. Entonces nos lamentamos, tarde.
    Por eso hay que dedicar unos minutos al día para reflexionar sobre lo bien que estamos y sobre la responsabilidad moral que tenemos al vivir una realidad "afortunada".

    Un saludo miyagi!

    ResponderEliminar
  2. Estoy totalmente de acuerdo con tu hipótesis.
    Y el consejo de dedicar unos minutos al dia para reflexionar, me parece excepcional.
    Gracias por compartirlo.

    Un saludo, Señor X!

    ResponderEliminar